Autora: Ameenah Sawwan | Traducción: Elena Libia
Original en inglés: Zeit Online| 2/07/2017
La revolución no fue la causa de la guerra en Siria. A lo largo de décadas, la familia Assad estableció un rígido sistema de terror, y estaba a punto de explotar.
Un hombre sostiene una foto del presidente de Siria, Bashar al-Assad y de su padre Hafez al-Assad (2010). © David Furst / AFP / Getty Images
«El padre de todos los sirios nos ha dejado». Esas fueron las palabras utilizadas en la televisión nacional siria para anunciar la muerte de Hafez Assad el 10 de junio de 2000, un sofocante día de verano en Damasco, la capital siria. Yo tenía sólo nueve años, pero sabía que era importante – y estaba aterrorizado. Corrí a casa de mi tío al otro lado de la calle en busca de mi prima. Estaba en el balcón del primer piso, así que la llamé desde la calle: «¡Murió, murió, Hafez Assad está muerto!» Mi prima, que era un poco mayor que yo, bajó rápidamente las escaleras para taparme la boca. No me creyó hasta que le dije que encendiese la televisión y lo viese por sí misma.
La única forma de describir cómo nos sentimos en ese momento de incertidumbre -después de tres décadas de Hafez Assad como presidente- es que los sirios teníamos miedo de lo que podía traer el futuro. Hafez Assad había sido presidente de Siria desde 1971 y fue el responsable de establecer un gobierno autoritario bajo el control del Partido Ba’ath. Había ocupado muchos puestos importantes en el gobierno, el último como ministro de defensa, antes de tomar el poder en 1970, cuando derrocó al presidente Salah Jadid y se designó como el líder indiscutible de Siria.
Hafez encerró a Salah Jadid en la prisión de Mezze en Damasco, donde Jadid permaneció hasta su muerte en 1993. Para los sirios y el mundo exterior, el golpe parecía tranquilo e incruento y la única evidencia de cambio fue la desaparición de periódicos gratuitos y emisiones de radio y televisión. A partir de entonces, todos los medios fueron controlados por el estado.
Aferrarse al poder fue su verdadero logro
Hafez Assad llamó a su golpe militar «movimiento correctivo» y todavía se celebra como fiesta nacional conocida como Día 16 de noviembre, cuando el Partido Socialista Árabe Ba’ath celebra sus autodenominados «logros». El logro real de Hafez Assad, sin embargo, fue lo lejos que estaba dispuesto a llegar para mantenerse en el poder después del golpe. Uno de los incidentes más notorios ocurrió en 1982 en Hama. Los Hermanos Musulmanes usaron los altavoces de la mezquita para instar a la gente a tomar las calles en protesta contra Hafez Assad y matar a uno de los líderes del Partido Ba’ath. En respuesta, el dictador ordenó a su ejército aplastar el movimiento, con tropas que acabaron demoliendo la mitad de la provincia de Hama y matando a más de 10.000 civiles.
Nacida en la década de 1990, no experimenté esa época que dio forma a la Siria actual. Crecí en Muadamiyat al-Sham, un suburbio en la parte occidental de Damasco, una comunidad donde la gente hablaba de todo, pero cambiaba inmediatamente de tema si surgía la política. Esto no sólo era cierto en mi familia, sino en todas las familias que allí vivían.
Muchas personas en esta comunidad han abandonado Siria después de la revolución que comenzó en 2011. Todo comenzó con manifestaciones pacíficas, pero muy pronto los soldados y las milicias de Bashar Assad comenzaron a reprimir brutalmente estas protestas. Detuvieron y mataron a manifestantes y activistas y dispararon contra personas inocentes en las calles. Cuando el conflicto se convirtió, primero, en una guerra civil y posteriormente en una guerra subsidiaria (o guerra por delegación) muchas personas tuvieron que huir a los países vecinos. Permanecer en Siria se había vuelto demasiado peligroso.
También me vi obligada a marchar a finales de 2013. Estaba a punto de ser detenida, pero conseguí salir incluso mientras el régimen de Assad arrestaba a otros miembros de mi familia. Después de un largo viaje, finalmente llegué a Berlín, donde ahora tengo la oportunidad de ayudar a que se escuchen las voces sirias.

PENSARON QUE BASHAR ASSAD SERÍA DIFERENTE
Poco después de la muerte de Hafez Assad, su hijo Bashar Assad, de 34 años, tomó su lugar como nuevo presidente. La edad mínima requerida por la constitución siria era de 40 años, pero se modificó rápidamente para dar paso a nuestro nuevo presidente, joven y aparentemente «de mente abierta». Al principio, los sirios eran optimistas de que cambiaría las cosas para mejor. Pensaron que él, como médico que había vivido en Londres, sería diferente.
Todos los miembros de la familia Assad son iguales
Bashar Assad utilizó su imagen positiva para introducir reformas menores, como una campaña contra la corrupción en el país. Notablemente, sin embargo, su lucha contra la corrupción no incluyó a su primo, el famoso empresario Rami Makhlouf. Makhlouf estaba implicado en los Papeles de Panamá, filtrados en 2016, que detallaban su control sobre las industrias nacionales de Siria.
El discurso inaugural de Bashar en 2000 giraba en torno a la modernización, el desarrollo y la crítica constructiva. La gente confió en lo que decía y muchos se hicieron políticamente activos en la llamada «primavera de Damasco», un período de intensa actividad política en los salones o foros sirios. Hay quien ahora cree que la primavera de Damasco era sólo un truco utilizado por el gobierno de Bashar para hacer más visibles a los activistas políticos. Duró hasta el otoño de 2001, cuando detuvieron a muchos activistas.
La primavera de Damasco mostró que el pueblo sirio estaba tratando de superar lo que había sucedido bajo el gobierno de Hafez, dice Samar Yazbek, escritora y periodista siria que ahora vive en París. A sus 40 y tantos, Yazbek vivió bajo el gobierno de los dos miembros de la familia Assad. Según ella, los sirios esperaban un nuevo comienzo, pero rápidamente se dieron cuenta de que todos los miembros de la familia Assad eran iguales. «Bashar Assad no es diferente, no es mejor que su padre, es el mismo sistema que ha gobernado Siria desde los años setenta hasta hoy».
Una votación teñida de sangre
Justo después de la muerte de Hafez Assad en el 2000, se llevó a cabo una votación para coronar al nuevo presidente; Bashar Assad era el único nombre en la papeleta. Fui al centro electoral con mi madre y me sorprendí al ver a un hombre enorme con un arma escondida debajo de su chaqueta charlando con un hombre y una mujer detrás de la urna. Tenía a sus dos hijos con él y comprendimos inmediatamente que era un miembro de los servicios secretos o del ejército. Con un alfiler se pinchó el dedo para votar por Assad usando su propia sangre. Luego pinchó los dedos de sus dos hijos y los obligó a hacer lo mismo. En Siria debes tener 18 años para votar, pero esa era su manera de mostrar cuán extremadamente leal a los Assad era su familia.
Luego me miró con una gran sonrisa y dijo: «Tú también.» Ni siquiera tuve tiempo de decir que no: en un abrir y cerrar de ojos, me había cortado el dedo antes de agarrarlo bruscamente y estamparlo en el papel en apoyo a Assad. Yo tenía de aquella nueve años y un dedo sangrando no era poca cosa. Estaba muy molesta, pero demasiado asustada para reaccionar.
Al ir creciendo, aprendí que vivir en Siria significaba permanecer en silencio. Como niña y jovencita, recuerdo mucho sshh ¡chitón! en nuestra casa. Era la más joven de la familia y mi madre repetía frecuentemente la conocida regla de que «en Siria, incluso las paredes oyen». Assad era presidente y no podías cuestionar al gobierno, ni siquiera contigo mismo.

HAFEZ ASSAD ERA UNA FIGURA INTOCABLE
Una tarde de 1997, estaba jugando con mi prima en nuestra sala de estar. Mi prima fingía ser el presidente e imitaba los gestos que solíamos ver a Hafez Assad hacer en la televisión – la forma en que se tenía de pie y saludaba a la multitud. De repente, mi madre irrumpió en la habitación y gritó a mi prima: «Nadie puede ser presidente, ¡nunca vuelvas a hacer eso!».
Sólo una imagen en la pared
Para el sirio medio, Hafez Assad era una figura intocable – sólo un cuadro en la pared. Su foto estaba en todas partes, incluso en portadas de libros de texto y cuadernos. Giath Taha, un fotógrafo sirio nacido en 1982 que vive ahora en una pequeña ciudad cerca de Ámsterdam, recuerda tener uno de esos cuadernos. «Dibujé unas gafas ridículas y un bigote enorme en su foto y mi madre compró una gruesa cubierta de color azul oscuro para que nadie pudiera ver mi arriesgado bosquejo».
Taha era un niño cuando llegó a ver a Hafez en persona en los años noventa. Fue uno de los cientos de escolares que fueron a recibir al presidente francés Jacques Chirac en el aeropuerto de Damasco durante uno de sus viajes a Siria. Recuerda la atmósfera bulliciosa ese día y a los estudiantes alzando con vigor sus puños y gritando: «Nuestra sangre y nuestra alma la sacrificamos por ti, Assad».
«El presidente estaba en todas partes en Siria, parecía casi irreal, existiendo sólo en la imaginación del pueblo sirio, sólo en las imágenes, que estaban en casi todos los rincones de nuestras vidas. Cuando era niño, recuerdo mirar sus fotos en todas partes y preguntándome cuán grande sería su cabeza», dice Taha. Y añade el fotógrafo: «Cuando tuve la oportunidad de verlo personalmente durante la visita de Chirac, pensé: ‘Dios, su cabeza es aún más grande en realidad que en las imágenes'».
Taha estudió ciencias aplicadas y fotografía, pasando a trabajar como periodista fotográfico para varios periódicos sirios y visitando por su trabajo muchas áreas diferentes de Siria. Cubrió noticias locales hasta que salió de Damasco en 2011. Al igual que muchos jóvenes, Taha huyó de Siria una vez que quedó claro que la esperada democracia no reemplazaría la dictadura de Assad a corto plazo. Taha, que nunca había querido irse, huyó primero a Turquía pero regresó a las zonas anti-régimen al norte de Siria, donde cubrió la guerra. Finalmente partió hacia los Países Bajos por la ruta de los Balcanes en 2013.
Un movimiento con raíces en el pasado
Rajaa Banout, ingeniera y activista agrícola que ahora vive en Berlín, tenía 13 años cuando Hafez Assad orquestó su golpe de Estado en 1970. «Recuerdo como en el primer día del golpe militar, maestros, estudiantes y trabajadores tomaron las calles, manifestándose contra el golpe”, dice. Pero la protesta no duró mucho. «Al segundo día, los manifestantes volvieron a salir a la calle, pero esta vez estaban apoyando a Assad. Les habían amenazado».
La atmósfera en Damasco cambió rápidamente, dice. De repente había hombres armados en las calles y había guardaespaldas para los miembros del gobierno por todas partes. En tan sólo cinco años del golpe de Hafez Assad, Siria se había convertido en un lugar diferente. «Mi tío había sido ministro en el gobierno anterior y no tenía guardias de seguridad, así era antes del gobierno de la familia Assad», dice Banout. Al igual que ella, muchas personas miran hacia atrás airados contra los cambios que comenzaron en el momento en que Assad llegó al poder. El temor se generalizó y la gente tenía miedo de hablar.
La profesora me pidió que fuera su topo
Banout estudió agronomía y soñó con un día poder reformar el desarrollo agrícola en Siria. En 1981, la contrató la Unión de Campesinos y quedó sorprendida por el grado de corrupción dentro de esta agencia gubernamental. También se dio cuenta de que ninguno de sus colegas tenía nada que ver con la agricultura. En cambio, eran miembros del omnipresente sistema de inteligencia sirio. Pronto tuvo que dejarlo.
Samar Yazbek, escritora y activista, dice que bajo el régimen de Hafez Assad, era difícil evitar las transgresiones. «Al principio nos marcaron la línea roja y después confiamos en la autocensura», dice. «Desde niños incluso se nos enseñó a chivarnos de los que habían cruzado las líneas rojas. Recuerdo lo terrible que fue cuando mi maestra de primaria me pidió que fuera su topo secreto, para informarle si mis amigos hacían algo cuando ella no estaba», recuerda Yazbek. «Fue muy triste que incluso la escuela nos empujara a ser como agentes secretos».
«Simplemente no había nada que hacer allí»
Banout encontró un trabajo en el Centro de Investigación Agrícola, una institución gubernamental. Durante su primera semana de trabajo entró en los laboratorios y encontró todas las máquinas y herramientas todavía en sus cajas. «Estaban cubiertas con una gruesa capa de polvo», dice. «Nadie hacía nada, simplemente no había nada que hacer allí».
No había ninguna posibilidad de ser productivo o de lograr algo, dice Banout. «Mataron todos los sueños que tenía sobre hacer trabajo agrícola para Siria. A medida que pasaba el tiempo, empezamos a perder el respeto por nosotros mismos. Querían que fuéramos así, así era la vida bajo el gobierno de Hafez Assad».
La experiencia de Samar Yazbek no fue mejor. En la escuela secundaria, participó en la educación militar, al igual que la mayoría de los sirios de su generación. «Nuestros uniformes eran de color verde oscuro, similares a los uniformes reales usados por el personal militar en Siria. El maestro siempre parecía aterrador, como un oficial del ejército, no como un maestro que trabaja con niños».
«Era normal que el maestro nos castigase»
A partir del séptimo grado, los estudiantes aprendían a disparar con pistolas reales. Practicaban mensualmente en un campo fuera de la escuela. «Era normal que el maestro nos castigara haciéndonos gatear por el patio del colegio una y otra vez hasta que nos decía que parásemos», dice Yazbek.
Cuando tenía seis años, Yazbek ganó un concurso de escritura. En ese momento vivía en la ciudad de Raqqa y la llevaron a Damasco para competir a nivel nacional después de ganar en su región. Pero al final no ganó porque, dice, «me hicieron algunas preguntas -a una niña de seis años- sobre el Partido Socialista Árabe Ba’ath en Siria y por supuesto yo no sabía las respuestas».

LISTO PARA EXPLOTAR
Era difícil para periodistas y activistas no cuestionar tales realidades sirias. Mucho más tarde, en 2011, el fotógrafo Giath Taha visitó una zona extremadamente pobre en los suburbios de Damasco. Recuerda las casas de las familias, la falta de muebles adecuados y la ausencia de azulejos en el suelo. No era más que cemento. Las paredes no estaban enyesadas o pintadas y el lugar olía mal, recuerda.
«Pudimos ver la tristeza y la pobreza en sus rostros y en cómo vestían los niños», dice. Sin embargo, en medio de esta miseria había un cuadro de Bashar Assad colgado en la pared de lo que debería haber sido la sala de estar. «Fue espantoso oír a nuestro anfitrión maldecir a los manifestantes que protestaban contra ‘nuestro salvador Bashar Assad’, mientras yo miraba fijamente el miserable lugar al que llamaban casa», dice Taha. El anfitrión repetía: «¿Por qué quieren derrocar al régimen?» Y Taha se encontró preguntándose: ¿Por qué la gente en esta situación apoyaría todavía al gobierno, la causa de su miseria?
Listo para estallar
Rajaa Banout, la ingeniera agrícola, dice que los sirios no se conocían realmente antes de la revolución. «El país era un sistema de grupos aislados, los miembros podían socializar sólo dentro de sus propios grupos y el único lugar para reunirse era en una iglesia o mezquita». Banout cree que bajo la regla de la familia Assad, las sectas religiosas se volvieron más conservadoras y autónomas.
Banout recuerda que antes, en los años 70, la gente en su ciudad natal no había sido particularmente religiosa y apenas había ido a la iglesia. El sacerdote siempre rezaba solo, dice. Pero en los años 80 y 90, la gente comenzó a sentirse más comprometida con su religión. «Creo que esto está relacionado con la forma sectaria en la que la familia Assad gobernó Siria y cómo sólo ponen a la gente de su secta en el poder, lo que empujó a otras sectas a volverse más rígidas».
Bashar Assad se ha aferrado obstinadamente al poder a pesar de los siete años de una sangrienta guerra que comenzó con un levantamiento pidiendo su renuncia. Samar Yazbek todavía recuerda la primera vez que Assad salió en televisión desde el parlamento sirio el 30 de marzo de 2011, diciendo que estaba listo para enfrentarse a los «conspiradores», como él llamó a los participantes en las manifestaciones. Algunos sirios esperaban que Bashar se disculpara por la brutal represión contra los manifestantes, que ya había causado la muerte de más de 100 manifestantes en la sureña ciudad de Deraa. En cambio, agravó aún más la situación.
«Bashar será derribado esta semana»
Fui testigo de la primera manifestación en mi ciudad natal de Muadamiyat al-Sham el 21 de marzo de 2011. Las esperanzas eran extremadamente altas al principio y muchos sirios decían: «Bashar será derribado esta semana o quizás la próxima». Ahora, sin embargo, han pasado siete años y todas nuestras esperanzas han desaparecido. En Berlín, la gente me pregunta a menudo: «¿Por qué se matan los sirios?» Hay muchas razones, pero de lo que estoy segura es que muchos acontecimientos que estamos viendo hoy tienen sus raíces en la historia siria.
O como dice la escritora Samar Yazbek: Sólo aquellos que saben muy poco sobre Siria piensan que la revolución es la causa de la guerra actual. «El régimen de Assad trabajó durante años para que Siria estuviera lista para explotar en el momento en que los sirios pensaran en deshacerse de la familia Assad y de su dictadura».
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