¿Quién tiene miedo de Razan Zaitouneh?

Autor: Karam Nachar    |      Traducción: Elena Cal

Original publicado en inglés en: Al-Jumhuriya  |  9 de diciembre de 2017


[Nota de Al-Jumhuriya: este artículo es el segundo de dos publicados para conmemorar cuatro años desde la desaparición de los activistas de ‘Douma 4’ en una zona opositora de la provincia de Damasco. El artículo fue publicado por primera vez por Al-Jumhuriya en 2014].

En un pasado reciente, una mujer joven encabezaba una de las redes más grandes de activistas sirios que trabajaban contra el régimen de Assad. Tenía los ojos azules y el cabello rubio al descubierto; hablaba inglés y era licenciada en derecho; y era una firme defensora del secularismo. Pero Razan Zaitouneh no estaba interesada en mostrar ninguna de estas «cualidades», ni en convertirse en un ícono internacional. Creía en la universalidad de la libertad y los derechos humanos, pero pensaba que tales valores podían adquirir vida y significado sólo a través de batallas específicamente locales.

Escuché a Razan por primera vez en 2005. Había participado en una pequeña manifestación en Damasco y poco después circularon historias sobre su excepcional valentía. Razan Zaitouneh lanzaba consignas contra la familia Assad cuando, para la mayoría de la población siria, la mera mención del presidente o de su padre era razón suficiente para estremecerse de miedo. Había dicho la cruda verdad mientras que los activistas más antiguos y la mayoría de los observadores internacionales se contentaban con vagas demandas de «reforma» o «cambio gradual» en Siria.

Y así, cuando Siria se levantó en rebelión en 2011, Razan no dudó en unirse a la lucha. Con su marido Wael Hamade y muchos viejos y nuevos amigos, en poco tiempo construyó una formidable constelación de ‘Comités de Coordinación Local’, que abarcaba unos cincuenta lugares diferentes en el país. Los LCC (Local Coordination Committees) organizaron y documentaron manifestaciones en vídeo; acreditaron el número creciente de muertos, heridos y desaparecidos; y comenzaron a proporcionar y coordinar la asistencia humanitaria a las familias desplazadas. También eligieron un comité político que debatía todos los asuntos relacionados con el levantamiento y ofrecía una visión detallada de una Siria post-Assad, genuinamente democrática y pluralista.

Era la esencia de las verdaderas revoluciones y, para aquellos que participamos o ayudamos desde el exterior, a menudo la experiencia era ciertamente eufórica. Pero cuando el levantamiento entró en su segundo año, las inclinaciones de los miembros laicos y pacifistas de los LCC parecían estar en desacuerdo con las grandes realidades políticas y las fuerzas ideológicas que ahora operaban en su país. La salvaje represión del régimen de Assad había hecho imposible que la gente continuara con sus protestas no violentas. Comenzaron a portar armas, y con eso, su necesidad de una ideología de confrontación y martirio comenzó a eclipsar su anterior entusiasmo por el perdón y la reconciliación.

Para muchos activistas civiles, la transformación del levantamiento sirio en lo que parecía una guerra civil en toda regla, era insoportable. Muchos de los que escaparon de la muerte o la detención, decidieron huir del país y, por la amargura de su exilio, comenzaron a relatar historias de pérdida y desilusión. Pero para Razan, Wael y muchos de sus amigos cercanos, esos mismos acontecimientos exigían más, no menos, compromiso. Argumentaron que los activistas civiles tenían ahora la responsabilidad de vigilar las acciones de los rebeldes armados, resistir sus excesos y establecer las instituciones para una buena gobernanza en las partes liberadas del país. También creían, al igual que su amigo, el reconocido escritor Yassin al-Haj Saleh, que su tarea como seculares no era predicar la ‘ilustración’ desde una distancia segura, sino unirse a la gente más común y entusiasta en su lucha por una vida digna. Sólo entonces el secularismo liberal podría ganar su «lugar» en la sociedad siria y desafiar realmente a sus detractores fundamentalistas.

Fueron estas las creencias que condujeron a Razan Zaitouneh a su último viaje a finales de abril de 2013. Después de dos años viviendo clandestinamente en Damasco, siguió el ejemplo de al-Haj Saleh y se trasladó a la ciudad liberada de Duma. Allí, entre una población hambrienta constantemente bombardeada por las fuerzas del régimen, Razan lanzó un proyecto para el empoderamiento de las mujeres y un centro de desarrollo comunitario, mientras continuaba su trabajo documentando y ayudando a las víctimas de la guerra. En agosto, al-Haj Saleh ya había partido hacia el norte, pero su esposa Samira al-Khalil, Razan y su esposo, y su amigo, el poeta y activista Nazem Hamadi, residían todos en Douma, compartiendo dos apartamentos en el mismo edificio. En mitad de la noche del 9 de diciembre, fueron secuestrados de sus nuevos hogares por un grupo de hombres armados, a los que luego se vinculó con las brigadas de Jabhat al-Nusra y Jaysh al-Islam. Hasta el día de hoy, se desconoce su destino y paradero.

Razan Zaitouneh no se cubrió el cabello en Duma, tampoco Samira al-Khalil. No se convirtieron a las costumbres de la ciudad conservadora, porque creían que ser oriundas de Siria no debería requerir conformidad con ningún molde cultural o político. Sólo esto parece haber aterrorizado a las nuevas fuerzas islamo-fascistas en la zona, de la misma forma que las protestas masivas habían aterrorizado al régimen de Assad. Pero más allá de estos actores locales, la presencia de personas como Razan Zaitouneh también perturbó la narrativa que el mundo había considerado más conveniente adoptar sobre Siria, en la que los verdaderos demócratas eran vistos como débiles o completamente ausentes en lo que ahora era, simplemente, una guerra civil sectaria. Si esta afirmación tiene visos de verdad ahora, es sólo porque durante dos años se ha dejado a los verdaderos demócratas luchar solos contra una dictadura brutal, contra los extremistas de Al-Qaeda y contra los corruptos señores de la guerra. Ya en diciembre de 2011, cuando Amy Goodman le preguntó qué esperaba del mundo, Razan respondió: «Ya no espero nada». Tenía razón. El mundo no ha hecho nada por los sirios como Razan. Al menos no todavía.

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